domingo, 24 de junio de 2012

Dibujos II












Varias - Cerámica y Alfareria Esmaltada - Jarras















Varias - Cerámica y alfareria esmaltada - Platos



 














 














 
 

Dibujo - La Santa

La Santa.
¡Cómo contar su historia? Sus sueños frustrados, sus ilusiones destrozadas, corroídas por la desesperanza, el descreimiento y la indiferencia?  ¡Cómo destacar su figura pequeña pero llamativa, su sonrisa enigmática y prometedora pero distante?..
Ella y su madre vivían solas y modestamente en una pequeña casa iluminada por una luz extraña que seguía un recorrido mas extraño todavía: el paso y los movimientos de Ella como si un reflector estuviese atento a cada desplazamiento.
Un día se durmió en el breve jardín y soñó un sueño de alas y palabras inentendibles, que la inquietaron.
Despertó agitada y melancólica pero conciente de una visión que de allí en mas no la abandonaría: además todo se transformaba, imperceptible pero inexorablemente; a cada momento...
Esa misma noche llegó El Visitante, un ser feérico que volvió a aparecerse una y otra vez y del cual Ella -a su manera inocente poblada de falencias e inexperiencia- se enamoró dulcemente, como (según lo comprendió mas tarde) jamás habría de volver a suceder. Para el asombro, curiosidad y lastima del pequeño poblado y de su mismísima madre, Ella dejó de frecuentar los lugares habituales aun dentro de su pequeña casa y breve jardín y cuando la veían en la tarde o al caer la noche, parecía muy reconcentrada hablando con alguien que creía la acompañaba, nimbada de esa luz de falsos reflectores que sí la acompañaban día y noche. De pronto, no se bien en que momento, supo que su sentimiento no seria correspondido, y creyó morir; la soledad la esperaba agazapada desde su error...”nunca mas pasearemos hasta las altas horas de la noche / aunque el corazón sigua enamorado / y aunque siga brillando brillando la luna”...se dijo recordando a Byron.
La tarde se incendiaba entre los álamos amarillos y los fresnos dorados; Ella destrabo la puerta de maderas pintadas de verde que separaba su jardín del prado por donde aparecía El Visitante, alado y precioso como las estampas que coleccionaba – en secreto – desde niña.
Se saludaron con una sonrisa nostálgica y dieron un breve paseo hablando de cosas antiguas y perfectas, sin palabras; la brisa fresca y fragante de la hora jugó con el vuelo imposible de las ilusiones, y Ella le dijo, mirando a los ojos gemáticos del Visitante: - “Nunca mas pensare en ti; esto jamás volverá a suceder”... Se sintió cansada, con un cansancio imposible de soportar, y se dejó caer en el césped recamado de hojas de sicómoro. Y creyó escuchar la voz musical, tierna y reconocible de su Visitante alentándola a que lo acompañara. Ella trató de levantarse y hablar, pero su Visitante rozó sus labios con el dedo índice y le hizo un gesto...la luz que la nimbaba estalló en explosiones mudas y sintió que – sin mayor esfuerzo – ascendía por los aires como las briznas de hierba que el viento pasea por aquí, por allá; como los albatros de ojos de ónice que planean sobre las olas de las playas desiertas e inconmensurables; ascendía una escalera tras otra, incontables y evanescentes, por donde los ángeles de su visión subían y bajaban sonrientes y amigables, saludándose y saludándola, saludando. Desde tan alto se vio dormida en el banco de su breve jardín; reconoció a los que la visitaron y acompañaron, feéricos, inalcanzables. Y en la noche, en esa noche, Ella supo que jamás volvería a estar sola, nunca mas. Pensó en su madre. En el pueblo. En la casa pequeña y modesta. En el breve jardín constelado de flores y sobrevolado por mariposas y aves. Pensó en sus mañanas y en sus tardes y en su colección de imágenes aladas.
Y decidió quedarse allí, en ese espacio desconocido y luminoso, subiendo por los aires, por sobre el mar y la tierra. Para siempre y por siempre, joven e inmaculada.
CARLOS ASIAIN.